Estaba mirando esta noche un documental extraordinario sobre la Crisis de los Misiles del año 1962 y me acordé de esto. La célebre canción de John Lennon y Yoko Ono, Give peace a chance.
Yo siempre he creido que la paz es una cuestión multilateral. No puede haber paz si alguien está convencido de que las armas constituyen el lenguaje mejor de la política. O somos todos pacíficos o la paz es una quimera imposible.
Recuerdo el día anterior al comienzo de la crisis de octubre. Yo estaba preso en el piso 4 del hospital militar de Columbia y en mi habitación me acompañaban tres invasores de Bahía de Cochinos. Fue una mañana espléndida, con sol afuera y ese día mejoró mucho la comida del hospital para todos con la aparición de pollo frito, puré de papas y ensalada. A mí, como tenía una dieta hiperproteica mandada por el médico que nos atendía, me dieron doble porción de pollo frito y leche fría.
Diariamente nos repartían ejemplares del periódico Revolución, un ejemplar para cada cuarto y poco antes de almorzar me tocó el turno de leer. No encontré nada extraordinario, excepto una pequeña nota en la primera página dónde, en letra convencional, se anunciaba que el presidente Kennedy había abandonado el tren presidencial y marchado a Washington con gran urgencia. El se encontraba en campaña electoral para las elecciones de medio término.
Sin apenas reflexionar le dije a los compañeros de cuarto: Esto es con nosotros. El resto del día fue de creciente tensión en nuestra sala. A media tarde reforzaron la guardia de la Seguridad del Estado y se nos hizo una requisa personal mucho más profunda que veces anteriores. Por supuesto que nuestras conversaciones estaban llenas de incertidumbre porque mis compañeros, luego de una duda inicial, ya estaban convencidos de que algo grave ocurría.
Por la madrugada empezaron a descender en el terreno contiguo al hospital los helicópteros militares que llegaban cargados de heridos, no por causa de una guerra que no había comenzado aún, sino por los accidentes que se producían en las unidades militares. Había mucho nerviosismo.
Cuando nos entregaron los ejemplares de Revolución por la mañana supimos la noticia: Estábamos a las puertas de la III Guerra Mundial. Una conflagración devastadora que podía aniquilar a la Humanidad entera.
En esos días consumimos todas las reservas que teníamos y los fumadores comenzaron a ponerse nerviosos hasta que uno de los guardias decidió salir al exterior y comprar para nosotros, con nuestros cinco pesos por cabeza autorizados, todo lo que pedimos.
Una de aquellas noches de paz en tiempos de guerra me escurrí en la enfermería y robé una botellita de alcohol que, mezclado con agua y jugo de naranja, nos sirvió para evadirnos de la anonadante realidad que nos rodeaba. ¡Qué borrachera, señores!
Sin lugar a dudas, Jhon Lennon fué un auténtico genio de la música de todos los tiempos. Predicó el amor y el pacifismo, sin ser jamás comunistoide, ni tener visos de serlo. De manera tal que, si algún comunistoide pretende tomar como ejemplo a Lennon, que lo piense dos veces por ese genio excéntrico nunca endosó esa absurda ideología.
Yo siempre he creido que la paz es una cuestión multilateral. No puede haber paz si alguien está convencido de que las armas constituyen el lenguaje mejor de la política. O somos todos pacíficos o la paz es una quimera imposible.
ResponderEliminarRecuerdo el día anterior al comienzo de la crisis de octubre. Yo estaba preso en el piso 4 del hospital militar de Columbia y en mi habitación me acompañaban tres invasores de Bahía de Cochinos. Fue una mañana espléndida, con sol afuera y ese día mejoró mucho la comida del hospital para todos con la aparición de pollo frito, puré de papas y ensalada. A mí, como tenía una dieta hiperproteica mandada por el médico que nos atendía, me dieron doble porción de pollo frito y leche fría.
Diariamente nos repartían ejemplares del periódico Revolución, un ejemplar para cada cuarto y poco antes de almorzar me tocó el turno de leer. No encontré nada extraordinario, excepto una pequeña nota en la primera página dónde, en letra convencional, se anunciaba que el presidente Kennedy había abandonado el tren presidencial y marchado a Washington con gran urgencia. El se encontraba en campaña electoral para las elecciones de medio término.
Sin apenas reflexionar le dije a los compañeros de cuarto: Esto es con nosotros. El resto del día fue de creciente tensión en nuestra sala. A media tarde reforzaron la guardia de la Seguridad del Estado y se nos hizo una requisa personal mucho más profunda que veces anteriores. Por supuesto que nuestras conversaciones estaban llenas de incertidumbre porque mis compañeros, luego de una duda inicial, ya estaban convencidos de que algo grave ocurría.
Por la madrugada empezaron a descender en el terreno contiguo al hospital los helicópteros militares que llegaban cargados de heridos, no por causa de una guerra que no había comenzado aún, sino por los accidentes que se producían en las unidades militares. Había mucho nerviosismo.
Cuando nos entregaron los ejemplares de Revolución por la mañana supimos la noticia: Estábamos a las puertas de la III Guerra Mundial. Una conflagración devastadora que podía aniquilar a la Humanidad entera.
En esos días consumimos todas las reservas que teníamos y los fumadores comenzaron a ponerse nerviosos hasta que uno de los guardias decidió salir al exterior y comprar para nosotros, con nuestros cinco pesos por cabeza autorizados, todo lo que pedimos.
Una de aquellas noches de paz en tiempos de guerra me escurrí en la enfermería y robé una botellita de alcohol que, mezclado con agua y jugo de naranja, nos sirvió para evadirnos de la anonadante realidad que nos rodeaba. ¡Qué borrachera, señores!
Sin lugar a dudas, Jhon Lennon fué un auténtico genio de la música de todos los tiempos. Predicó el amor y el pacifismo, sin ser jamás comunistoide, ni tener visos de serlo. De manera tal que, si algún comunistoide pretende tomar como ejemplo a Lennon, que lo piense dos veces por ese genio excéntrico nunca endosó esa absurda ideología.
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