Recordar a un amigo que se ha ido puede ser sólo un acto circunstancial provocado por un deja vu sorpresivo, una reminiscencia periódica en su fecha de nacimiento o de muerte con visitaciones a su tumba y actos patrióticos, o un compromiso cotidiano que se extiende más allá del último llanto hasta que se acaba la vida misma como se acabó la suya. A esto último le llaman fidelidad a su memoria.
A Pedro lo conocí una mañana en que visitó mi casa acompañado por un amigo de la época. Arnold Rodríguez Camps, creo. Ambos estudiaban en el Instituto Politécnico de Ceiba del Agua y llevaban la gloriosa misión de resucitar el aparato de radio de mi madre. Los enviaba la doctora Hortensia Quián, que era vecina nuestra y profesora de ellos.
Cargaron con aquel catafalco sonoro asegurándole a mi madre que lo devolverían en un par de horas con un manojo de guarachas y radionovelas brotando en su bocina. Iban contentos y mi madre quedaba ilusionada. Ellos eran adolescentes y yo andaba por los seis o siete años de edad.
Cinco horas más tarde regresaron los dos con el RCAVictor a cuestas, la contrición de un funeral en sus rostros y un dictamen catastrófico: El radio no tenía arreglo. Mi madre los despidió en la puerta con el natural agradecimiento por el esfuerzo que habían realizado y dio por terminado el incidente. La escuché decir que tendría que comprar un radio nuevo. Fue entonces que escuchamos unos golpecitos suaves en la puerta y ella la abrió. Era Pedro con Arnold a sus espaldas. Mi madre esperó a que él hablará: Son tres pesos, señora. Dijo Pedro.
Por supuesto que mi madre no se los dio y a partir de entonces supe que en mi barrio había un muchacho flaco, de pelo rizado y ojos azules que era un Cristo inconcluso porque su fuerza espiritual no alcanzaba para componer radios ni abrir el bolso de mi madre. Su nombre completo lo conocería años después porque para mí era simplemente Pedro Luis, el hermano de Armandito e hijo de la señora alta, de pelo canoso enmoñado sobre la nuca que pasaba por la acera. Clara, la viuda que conversaba algunas veces con mi madre en la puerta cuando regresaban de la bodega. La que alguna vez se sentó en la sala de mi casa para beber un café y hablar de sus hijos.
Ellos vivían en Jovellar y Espada, en los altos del bar Luna, en un apartamento de tres habitaciones, sala adelante y comedor y cocina al fondo. Por un pasillo lateral se podía caminar desde el balcón hasta el fondo y tenían un teléfono de doble línea en cuya discreción no se podía confiar. Mis visitas a ese apartamento comenzaron en 1960. Antes, coincidía con Pedro en las manifestaciones estudiantiles contra la dictadura de Batista. Él iba con los universitarios y yo con el bachillerato, él era del 26 de Julio y yo del Directorio, pero marchábamos juntos después de saludarnos. En ocasiones, Armandito estuvo allí y Boby también.
Boby era mi mejor amigo, mi compañero de escuela, de fiestas y de playa y en su casa se reunían dos grupos. El de su hermano Arturito, al que pertenecían Pedro y Armando, y el de Boby, que era el mío y de otros más de menor edad. Batista estaba en el poder y La Habana era un campo de batalla. Después del fracaso de la huelga general del 9 de Abril, Pedro y Armando se exiliaron en Venezuela. En esos meses, Clara adelgazó mucho, estuvo enferma de sus pulmones y no encontraba consuelo para su pena. La ví llorar alguna vez en la sala de mi casa.
Cuando cayó Batista y regresaron los exiliados de Venezuela, Jorge Borges, recién llegado de Miami, y otros dos amigos fuimos a la antigua dirección de tránsito de la Policía donde se habían congregado muchos de ellos. Allí encontré a Pedro y Armandito y también a Jesús Kazay, al Cholo y a un primo de mi padre que era su compañero de luchas. Hubo saludos, abrazos que todos compartíamos, y el propósito de vernos más adelante en casa de Arturo y Boby. Cuando nos separámos sentí que Pedro era alguien diferente, más hecho, más líder.
Los meses siguientes fueron de coincidencias en lugares públicos, Pedro por su lado y yo por el mío, hasta los días previos a las elecciones de la FEU en que mi grupo del bachillerato estuvo junto a él y frente a Rolando Cubelas, que era del Directorio, a pesar de que nosotros también lo éramos. Pero Pedro era un amigo y en estos casos la amistad manda.
Hay muchos detalles e incidentes, no siempre agradables, que voy a pasar por alto porque quedarán mejor explicados en un libro. Pero de las elecciones de la FEU en 1959 sí voy a decir que a Pedro lo dejaron sólo, lo difamaron hasta el punto de acusarlo de comunista, la juventud católica apoyó al candidato de Fidel Castro y el sacerdote que iba en su candidatura fue obligado por sus superiores a retirarse la madrugada anterior al acto electoral. Los únicos que quedamos junto a Pedro Luis Boitel aquella noche fuímos sus amigos y dos primos, Gilberto y Eloy. Y es obvio que también Armandito, tan león como él, que siempre estuvo junto a su hermano a todo riesgo. Para nosotros, el futuro era incierto.
Jorge Daubar
Miami
A Pedro lo conocí una mañana en que visitó mi casa acompañado por un amigo de la época. Arnold Rodríguez Camps, creo. Ambos estudiaban en el Instituto Politécnico de Ceiba del Agua y llevaban la gloriosa misión de resucitar el aparato de radio de mi madre. Los enviaba la doctora Hortensia Quián, que era vecina nuestra y profesora de ellos.
Cargaron con aquel catafalco sonoro asegurándole a mi madre que lo devolverían en un par de horas con un manojo de guarachas y radionovelas brotando en su bocina. Iban contentos y mi madre quedaba ilusionada. Ellos eran adolescentes y yo andaba por los seis o siete años de edad.
Cinco horas más tarde regresaron los dos con el RCAVictor a cuestas, la contrición de un funeral en sus rostros y un dictamen catastrófico: El radio no tenía arreglo. Mi madre los despidió en la puerta con el natural agradecimiento por el esfuerzo que habían realizado y dio por terminado el incidente. La escuché decir que tendría que comprar un radio nuevo. Fue entonces que escuchamos unos golpecitos suaves en la puerta y ella la abrió. Era Pedro con Arnold a sus espaldas. Mi madre esperó a que él hablará: Son tres pesos, señora. Dijo Pedro.

Ellos vivían en Jovellar y Espada, en los altos del bar Luna, en un apartamento de tres habitaciones, sala adelante y comedor y cocina al fondo. Por un pasillo lateral se podía caminar desde el balcón hasta el fondo y tenían un teléfono de doble línea en cuya discreción no se podía confiar. Mis visitas a ese apartamento comenzaron en 1960. Antes, coincidía con Pedro en las manifestaciones estudiantiles contra la dictadura de Batista. Él iba con los universitarios y yo con el bachillerato, él era del 26 de Julio y yo del Directorio, pero marchábamos juntos después de saludarnos. En ocasiones, Armandito estuvo allí y Boby también.
Boby era mi mejor amigo, mi compañero de escuela, de fiestas y de playa y en su casa se reunían dos grupos. El de su hermano Arturito, al que pertenecían Pedro y Armando, y el de Boby, que era el mío y de otros más de menor edad. Batista estaba en el poder y La Habana era un campo de batalla. Después del fracaso de la huelga general del 9 de Abril, Pedro y Armando se exiliaron en Venezuela. En esos meses, Clara adelgazó mucho, estuvo enferma de sus pulmones y no encontraba consuelo para su pena. La ví llorar alguna vez en la sala de mi casa.
Cuando cayó Batista y regresaron los exiliados de Venezuela, Jorge Borges, recién llegado de Miami, y otros dos amigos fuimos a la antigua dirección de tránsito de la Policía donde se habían congregado muchos de ellos. Allí encontré a Pedro y Armandito y también a Jesús Kazay, al Cholo y a un primo de mi padre que era su compañero de luchas. Hubo saludos, abrazos que todos compartíamos, y el propósito de vernos más adelante en casa de Arturo y Boby. Cuando nos separámos sentí que Pedro era alguien diferente, más hecho, más líder.
Los meses siguientes fueron de coincidencias en lugares públicos, Pedro por su lado y yo por el mío, hasta los días previos a las elecciones de la FEU en que mi grupo del bachillerato estuvo junto a él y frente a Rolando Cubelas, que era del Directorio, a pesar de que nosotros también lo éramos. Pero Pedro era un amigo y en estos casos la amistad manda.
Hay muchos detalles e incidentes, no siempre agradables, que voy a pasar por alto porque quedarán mejor explicados en un libro. Pero de las elecciones de la FEU en 1959 sí voy a decir que a Pedro lo dejaron sólo, lo difamaron hasta el punto de acusarlo de comunista, la juventud católica apoyó al candidato de Fidel Castro y el sacerdote que iba en su candidatura fue obligado por sus superiores a retirarse la madrugada anterior al acto electoral. Los únicos que quedamos junto a Pedro Luis Boitel aquella noche fuímos sus amigos y dos primos, Gilberto y Eloy. Y es obvio que también Armandito, tan león como él, que siempre estuvo junto a su hermano a todo riesgo. Para nosotros, el futuro era incierto.
Jorge Daubar
Miami
jorge vals también fue gran amigo de boitel. la sra. madre de boitel llevó el luto con mucha dignidad. aquí en miami algunos pillos a veces usaban a la sra. que estaba muy anciana para buscar publicidad. esa sra. siempre le pedía a Dios que se la llevara para re-encontrarse con su hijo. era una anciana venerable. siempre sentada en un mecedor haciendo oraciones por su hijo.
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