Por Norberto Fuentes
Leí por ahí, en algún
sitio oficial cubano, redactado con toda solemnidad, el reclamo de que no
debíamos dejar pasar este año sin rendir el debido homenaje al 30 Aniversario
del unicornio azul de Silvio Rodríguez. Este año, el 2012, de cualquier
manera se ha ido. Pero, según mis archivos son 32 y no 30. He estado una semana
desempolvando libretas, atados de notas, files, hojas sueltas, y por fin
apareció. Sabía que estaba en algún lado. Que había una constancia escrita y no
solo la del fluir de las imágenes en mi memoria, el Silvio de aquella noche que
cruzaba la calle Infanta, guitarra y botella de ron en manos, acabado de
bajarse de una guagua, que se dirigía hacia el inmenso portal del edificio de
Radio Progreso donde Lourdes Curbelo y yo lo esperábamos. La botella desnuda,
sin envolver en un cartucho ni nada que la escondiera, pero sin descorchar. Yo
le estaba explicando a Lourdes Curbelo la clase de antro que era el cabaret
visible justo en las acera de enfrente, que se llamaba Las Vegas, con su
anuncio de letras del viejo oeste empotrado en la fachada y el cactus de
cerámica acompañante y que había sido propiedad en algún momento de un
revolucionario tan enloquecido como sediento de notoriedad llamado César Vega,
cuyas principales acciones de guerra habían sido robarse el abrigo con el que
Batista dio el golpe de Estado (al parecer se hallaba en unas vitrina de alguna
institución castrense, expuesto para la veneración) y más tarde lanzar con su
puñado de fieles una peregrina operación de desembarco en una especie de banco
de arena de propiedad británica, bastante alejado de las costas de Cuba, la
verdad, que ocasionalmente aparece en las cartas navales como Cayo Sal, donde
plantó la bandera cubana sobre un terrón de arena y profirió desafiante gritos
de abajo Batista. Después tuvo otros avatares, y hasta otras invasiones, como
su intento de ocupar la República de Panamá, con el canal y los americanos
incluidos en el paquete, pero eso ya me aleja de la descripción política de
César Vega, propietario del cabaret sobre el cual yo instruía a Lourdes Curbelo
mientras esperábamos a Silvio.
Seguimos. Las Vegas
había sido después un escenario de los Tres tristes tigres de
Guillermito (Cabrera Infante) debido a una cantante de boleros llamada Freddy
cuyo nombre verdadero era Fredesvinda García Valdés, una mulatona que pesaba
como 300 libras y con unos dedos como chorizos, esto último según los Tigres,
la novela de Guillermito. Y, luego, lo mejor, cuando triunfa la Revolución y
Las Vegas es invadida por el comandante Efigenio Amejeiras y su aterradora
guerrilla conocida como los Maus —Maus de los Mau-Mau, la rebelión de los
kikuyos de Kenia. La balacera que armaban allí cada noche parecía ser parte del
menú. Se movían entre este lugar y una cafetería llamada Wakamba, a dos cuadras
en paralelo, hacia el sur. De modo que, cuando hubo que cogerlos presos, se
dice que a Raúl Castro (actual jefe del Ejército y Presidente de la República)
le bastó con situar dos enormes camiones Zil de guerra y trasvasar a los
clientes de ambos sitios a la oquedad militar de aquellos vehículos. Y de ahí
para los campos de trabajo. Desarmados, por supuesto.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiXv3iMx4YjfBjvVfs1SimiiIVSd1AbO2HuLhjWPRgEWpLOhBCuZTuqo4lPXYbMa2JCksnNwvYmYSxLhB0DOafU9JTR2B7ISlq7C1tk0bxKWcDPchdYxpP4C2RSicGcDGQHRk5x3A/s320/Chu.jpg)
Apenas había carros en
aquella otrora transitada Avenida de Infanta, por lo que Silvio no corría
peligro alguno en acabar de cruzar la calle. Tampoco nadie reparaba en el
trovador, el que —valga resaltarlo— en el día de hoy es objeto del presente
merecido homenaje y del que se nos informa no dejar pasar el 30° aniversario de
una de sus composiciones. Un tipo de su oficio y nombre no hubiese podido dar
un paso sin que lo abordara una muchedumbre de encontrarse en cualquier otra
latitud. Las muchedumbres, en aquella época nuestra, eran solo para Fidel, algo
que todos comprendíamos, y la tarea de contenerlas sin ocasionar una masacre
caía en el área de responsabilidades de Seguridad Personal. Los músicos
famosos, incluso los ídolos de la era del rock (y ya Silvio lo era, cuidado), de
vivir en Cuba, andaban en guagua, y tan campantes. Y además Silvio lo asumía
ostensiblemente. Era él y su guitarra en un Leyland del servicio público. Y tan
campante. Yo una vez vi a Bola de Nieve, el legendario Ignacio Villa, también
en una guagua que iba por la calle Línea, rumbo a su actuación en una especie
de piano bar que el Estado le había entregado casi en usufructo. Bola era un
negro fornido y discretamente amanerado pero que nunca ocultó su homosexualidad
y el que un día al desembarcar en el aeropuerto de Orly, con su elegante abrigo
negro, sus borceguíes y su sombrero de Boston, guantes adentro, y bufanda roja
al cuello, el agente de inmigración francés le preguntó, con toda cortesía: “¿Y
contra quien va a pelear hoy, Monsieur?” Se había montado en aquellas
guagua, bastante repleta, sábado por la noche, figúrense, cuando un vozarrón
desde el fondo del vehículo exclamó: “Esta guagua esta buena, caballeros. Aquí
está el Bola”. Y el ademán del chófer, tapando la alcancía para impedir que el
Bola depositara la moneda de cinco centavos del importe de su pasaje: “En mi
guagua, el compañero Bola no paga”. En el caso de Bola, imagínense a Liberace
en el metro de Nueva York; en el caso de Silvio, a Bob Dylan. Son los
equivalentes exactos.
En fin, que Silvio
terminó de cruzar la calle, besitos a Lourdes Curbelo, estrechón de manos
conmigo y expresión de felicidad de ambos por los muchos años que no nos
complicábamos juntos en algo. Dos días antes, sábado 12 de enero, a la caída de
la tarde, nos habíamos encontrado en la Plaza de la Catedral. Nos tomamos unos
tragos en un restaurante que servía en unas mesitas que disponía en el portal y
yo, que no tengo otros discurso musical que no sea el de alabar a Elvis, empecé
a lamentar la muerte del King un par de años antes. Silvio aguantó la descarga
con entereza y yo diría que hasta con compasión e incluso que se le
humedecieron los ojos ante mi desconsuelo. Fue entonces que me sacó su muerto.
Uno fresquecito. John Lennon. No cumplía ni un mes y cuatro días de asesinado.
“Acabo de componerle una canción”, me dijo. “La voy a grabar el lunes. ¿Quieres
ir?” Una canción que luego resultó ser El Unicornio Azul y que él había hecho
en memoria de John Lennon. Bueno, en realidad la cosa había derivado hacia esta
invitación. No es mucha la data. Pero suficiente para establecer el hecho con
todo fundamento. Está en la última hoja de una libreta en cuarto. Son 77
palabras, de las cuales hay siete que no de mi puño y letra y unas 13 que
resultan, hasta el momento, ilegibles o poco confiable su interpretación. De
cualquier manera puede servir para que los historiadores de la música cubana
establezcan el 14 de enero de 1981 como la primera vez que el trovador Silvio
Rodríguez Domínguez grabó su composición. Ya estaba compuesta, no hay que ser
un genio para colegirlo. Tú no puedes grabar una pieza que todavía no has
compuesto. Esta claramente escrito en la libreta que era el 14 de enero. Aunque
también cometí uno de los errores más comunes de enero: citar el año anterior.
Lo demás —hasta donde he llegado en mi decodificación— son notas inconexas
sobre algunas observaciones del mobiliario y una explicación que me dio el
productor Albertico Fernández que también dirigía Nocturno, el programas más
emblemático de la radio cubana “orientado” a la juventud, respecto a su escasez
de material de grabación y lo que lograba “rapiñar” (sic) en lugares como el
Pabellón Cuba. La primera nota es de Lourdes Curbelo. Jodedor internacional
subrayado ya es lenguaje profesional norbertiano asimilado por Lourdes Curbelo
de mi educación. Trataré de hacer memorias del porqué de su amenaza. Lo que sí
doy plena fe ahora, es que Silvio terminó su descarga y la botella de ron —con
mi ayuda eficiente— hacia la medianoche y que, por donde vinimos, nos fuimos.
Los Ladas comenzaban a repartirse tímidamente, aún no para los artistas, y
aunque ya habíamos pasado del susto del Mariel y la subsecuente emigración de
más de 100.000 cubanos, éramos fieles a la Revolución, por lo que podíamos
seguir montando en guagua durante muchos años más. (Todavía no lo sabíamos, mas
algo se había fracturado definitivamente en la sociedad cubana). Entramos en la
puerta del estudio una noche de lunes 14 de enero, una como esta, y a esta
misma hora, 32 años atrás. Para despedirnos nos abrazamos, apretujados en
nuestros yaquis teñidos. “Bárbaro el unicornio ése, Silvino”. Y cada uno por su
lado. Bueno, aclaro, Silvio por el suyo y Lourdes Curbelo, conmigo, por el
nuestro. La silueta de Silvio con su guitarra se perdió en la noche.
Coral Gables, 14 de
enero del 2013
© Norberto Fuentes 2013 (incluye la foto)
Norberto ha estado particularmente activo en estos últimos días. Otro texto: 'Pasajeros sin destino'.
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