El viaje en marzo de Barack Obama a Cuba es
de aquel tipo de gestos políticos que todo presidente anhela en cualquier
momento de su mandato. Richard Nixon lo tuvo en 1969 cuando fue a Beijing y en
1973 cuando desembarcó en Moscú. Después de todo, el viaje – y la normalización
de relaciones – quedará para siempre como un legado del primer presidente
afroamericano y no tiene ya marcha atrás.
Pero en este caso adquiere una dimensión
particular porque Obama parece que ha querido dejar bien puntualizado que su visita
debe ser el inicio de una profundización de los lazos bilaterales y para
Estados Unidos es la evolución natural de una política de buena vecindad que el
mandatario ha implantado, muy discretamente, desde que llegó a la Casa Blanca
el año 2009. Primero México, después Centroamérica, El Caribe, Venezuela y el
Cono Sur. Cuba era la última asignatura regional pendiente.
Pues, ¿qué busca Obama en La Habana? Varias
cosas. En primer lugar, tranquilidad. Las relaciones modernas entre los dos
países se han caracterizado siempre por una enemistad y retórica política,
aunque no necesariamente por parte del pueblo. En estos casi 60 años de
comunismo en la isla, el vecino del norte nunca han dejado de ser popular entre
los cubanos, y esta visita – han dicho varios asesores de su entorno en los
últimos días – es una forma de asegurar al Gobierno cubano de que Estados
Unidos confía en su palabra para asumir los acuerdos alcanzados. Es también un
modo de afianzar que Washington está dispuesto a facilitar la reconstrucción de
la mayor isla del Caribe y quiere ser un protagonista de esa evolución.
Pero es también una forma de garantizar una
relación pacífica con el resto del continente, la mayoría de cuyos gobiernos en
los últimos 15 años tuvieron la tendencia de alinearse con la isla en contra de
las políticas de Washington. Y, por carambola, al desembarcar en el aeropuerto
José Martí estará mostrando de que la animosidad es cosa del pasado pero las
críticas no han desaparecido.
Obama sabe bien que Cuba tiene un historial
de irrespeto por los derechos humanos y por ello ha solicitado reunirse con la
‘sociedad civil’. Entiéndase que en este caso no se refiere a las llamadas
organizaciones de masas que se mueven en la órbita del Gobierno, sino a los
opositores. Fue, de hecho una de sus condiciones cuando en diciembre dio
claramente a entender que quería viajar a Cuba. La duda es ¿con qué opositores
se reunirá? ¿Quedarán de fuera aquellos que han criticado severamente la
aproximación entre los dos países o estarán todos?
La reanudación de relaciones es, y quizá un
punto importante que el mandatario quiere dejar claro, un cambio radical en el
relacionamiento común. Ahora las cosas son de Estado a Estado y, de cierta
forma, la oposición ha quedado en la cuerda floja. No es que el tema de los
derechos humanos y políticos haya quedado apartado, sino que para Estados
Unidos es más importante su influencia en la isla y en su futuro.
Al contrario de otros tipos de
aproximaciones como esta, el viaje de Obama no es la antesala del desembarco de
los empresarios e inversionistas, estos hace meses que están volando y
iniciando contactos de negocios, sino la confirmación a las autoridades y al
pueblo cubanos de que la administración no va a colocarles problemas. Hay cosas
que aunque sean evidentes necesitan de un gesto público.
Pero el viaje de Obama también encierra
otra valoración que el presidente como viejo activista social sabe que es
capital. El viaje es, y no subliminalmente, la confirmación oficial de que la
política de aislamiento de cinco décadas no ha dado resultado y quiere que el
pueblo cubano entienda que esa es la percepción en Washington. Los cubanos y
estadounidenses se conocen bien, de hecho nunca dejaron de conversar en público
o privado, pero un viaje presidencial es la forma de sellar ese pacto. De
reforzar esa percepción.
Un detalle interesante. Todavía no se
conoce el programa de la visita. Pero se sabe que el mandatario quiere viajar a
Santiago de Cuba y de ahí al Santuario de la Virgen de la Caridad del Cobre,
una peregrinación que le entra directo a corazón de los cubanos. Las
conversaciones con el presidente Raúl Castro y el Gobierno serán importantes
pero esta visita no es para eso, sino para decirles a los cubanos que la
‘guerra’ se ha acabado y no volverá a existir.
A su vez, tampoco resolverá los mayores
escollos, que son el embargo comercial a la isla, la existencia de la ley de
Ajuste Cubano o la devolución de la Base de Guantánamo. Los dos primeros
dependen del congreso donde, al parecer, el mandatario todavía no cuenta con el
apoyo necesario. Pero el tercero se resuelve apenas con conversaciones técnicas
porque la marina estadounidense se encuentra en esa región del sudeste cubano
en virtud de un acuerdo bilateral que hasta ahora no ha sido repudiado.
Criticado, pero no anulado.
“Sabemos que los cambios no serán de un día
para el otro, pero hay que comenzar”, dicen los asesores de Obama. Y a eso va
el presidente a la isla, a influenciar unos cambios y jamás lo haría si no creyera
en que son posibles sino inevitables.
© Rui Ferreira 2016
Versión original de lo publicado en Diario Las Américas. 02.22.2016
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