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lunes, septiembre 22

SQUEEZE PLAY: La memoria amputada del Yankee Stadium

Anoche cerró sus puertas el Yankee Stadium con una victoria del equipo de casa de 7-3 contra los sotaneros Orioles de Baltimore. Fue la última jornada competitiva en una instalación que simboliza la historia del béisbol moderno y representa un pilar de la magnificencia deportiva de Estados Unidos.

Cerrar el estadio más famoso del mundo cuando apenas ha cumplido 85 años de su existencia (fue inaugurado el 18 de abril de 1923) parecería un chiste de mal gusto en cualquier ámbito deportivo que se respete. Pero no, los Yankees han determinado, como han hecho en fechas recientes otras franquicias de recia estirpe en Grandes Ligas, que hay que derrumbar las paredes que guardan su propia memoria, las columnas que formaron parte del culto de sus seguidores en todas las latitudes. El legendario Yankee Stadium se nos viene abajo no por griestas estructurales, sino por regla elemental y cruel de la lógica capitalista en tiempos de la cultura del irracionalismo.

La gracia es que los Yankees se mudarán, a partir de la temporada del 2009, para la millonaria sede que se ha construido a pocos pasos del viejo roble del Bronx, casi allí mismo como quien dice o quiere atenuar el dolor de lo perdido.

Al diablo con la historia. Los americanos derrumban hoteles y palacios que les parecen viejo sin importarles su valor patrimonial, que no siempre es el que dictan las leyes del condado o el Estado. También hemos visto volar en pedazos el Veterans Stadium de Filadelfia para darle paso a una nueva sede para los Philis, o más bien una bombonera de jonrones para garantizar los jonrones del equipo local (no es sólo por la fuerza de sus bateadores que los Philis están en primer lugar en batazos de vuelta completa en las Grandes Ligas). Y para poner a circular más dinero y encarecer, en última instancia, los costos de los boletos.

La pelota se ha convertido también en un deporte de élite. De las élites que pueden pagarlo. Triste fábula para los que nacieron disfrutándolo como una conquista popular en un país que entonces era para todos.

Para los que todavía creemos en tradición y en el valor de la resistencia de los íconos, valdría la pena en esta despedida hacer el compromiso deportivo y ciudadano de no dejar perder las reliquias que quedan aún en pie de la era gloriosa del béisbol. Defenderlas como piezas de un abecedario que no deben quitarle a la herencia de un deporte que forma parte de la idisoncrasia nacional y constituye un factor de comunión con muchos países del hemisferio.

Que a nadie se le ocurra modificar o cerrar el Fenway Park de Boston porque tiene paredes demasiado altas. Que ningún mequetrefe por muy dueño que sea nos venda la idea de cerrar el bellísimo Wringley Field de Chicago, todo esplendor en su vestusta compostura de ladrillos y vegetación exuberante. Y que dejen en paz al Dodger Stadium, el más joven de los viejos caserones de la pelota contemporánea.

Si no paramos a los especuladores, a los que desprecian los valores que no se pueden contar y palpar, estaremos echando por la borda la esencia misma del béisbol y el pasatiempo sano de nuestros hijos y nietos.

No quiero que se repita más en el béisbol de Grandes Ligas la escena de anoche, entre lágrimas y gestos de patetismo y complicidad. La historia no puede perpetuarse guardando poquitos de tierra de un montículo que va a ser arrasado por la insensatez. Hay que arruinarles la subasta de sillas y trocitos del Yankee Stadium que se nos viene encima por obra y gracia de los mercaderes del siglo XXI. Sí, de esos mismos señores de cuello y corbata que han inundado el deporte para servirse de él en lugar de hacerlo florecer como lo que debe ser: un legítimo espacio de confraternidad y reunión para aplaudir las destrezas del talento humano.

Tristán de la Carpa
Miami

PS.-Al cierre de esta crónica está casi cerrado el cuadro de los play-off y hasta ahora mis pronósticos no han fallado. En la Liga Americana están ya en postemporada Tampa Bay, Boston y los Angelinos, con una vacante que debe llenarse con los Medias Blancas de Chicago si no le entran calambrinas de última hora. En la Liga Nacional, los Cachorros ganaron su división y sus aspiraciones de romper la mandición del chivo tras un dentenario de infortunios parecen cada vez más terrenales; los Dodgers tienen la clasificación en un bolsillo y también los Philis. El wild card está duro pero me inclino por los Mets de NY; los Cerveceros se quedaron sin gasolina y están pagando la estupidez de la gerencia de despedir a un mánager ganador en medio de un cierre crucial de temporada.

lunes, septiembre 15

SQUEEZE PLAY: Llorar a orillas del Hudson

Pues se acaba el calendario regular de la temporada 2008 de las Grandes Ligas y los venerados Yankees de Nueva York se nos quedan fuera de los play-off. Era el año de la despedida del viejo estadio del Bronx y hubiera sido grandioso decirle adiós con una Serie Mundial, pero las historias soñadas no siempre coinciden con las sacudidas de la realidad.
Los Yankees tienen aún posiblidades matemáticas, pero todo el mundo sabe -incluyendo a sus más fieles seguidores y hasta Leonardo Padura en Mantilla- que todo terminó ya para los muchachos millonarios de Joe Girardi. Cuando apenas quedan 15 juegos, el equipo neoyorquino está a 10 rayas de la cima del Este, liderada por la increíble novena de Tampa Bay, y por delante se le han metido hasta los Azulejos de Toronto, con un repunte de última hora. Los milagros, al menos en la pelota, no están al alcance de la mano.
Me alegra que los Yankees se queden fuera. Lo siento por sus fanáticos, pero la debacle de los Mulos, aun con récord ganador de 79-70, es un alerta para el béisbol rentado. Una lección de que este deporte es algo más que la billetera generosa de un magnate; mucho más que la sumatoria de estrellas arrebatadas a los que no pueden pagarlas.
Los más de $200 millones desembolsados por George Steinbrenner para “garantizar” el paso de su equipo a la Serie Mundial, no han sido suficientes para lograr lo elemental el béisbol: cohesión, entrega de conjunto, inspiración a la hora cero.
Cuando un equipo de jóvenes talentos como los Atléticos de Oakland tienen que desmantelarse por la falta de dinero y ofrecer sus prospectos al mercado, pierde el béisbol y ganan los intereses del mercantilismo por encima del deporte. Pero cuando a la altura de septiembre uno ve peleando por la postemporada a conjuntos como Tampa Bay, los Mellizos de Minnesota o los propios Marlins de la Florida, renace la confianza en que hay secretos y latidos del béisbol profundo que no podrán doblegarse a fuerza de billetes. Y uno de ellos es el misterio del espíritu colectivo.
Por ahora, los fanáticos de los Yankees deben ir preparándose para despedir a sus ídolos en las subseries de casa que se inician este lunes con los Medias Blancas de Chicago y terminan el 21 de septiembre con los sotaneros Orioles de Baltimore. Ese debe ser el último día en el estadio del Bronx para los Yankees del 2008, el minuto final para un estadio glorioso y el momento obligado para ir a echar lágrimas junto al río Hudson.
Steinbrenner y sus herederos deben tomarse las vacaciones de octubre para meditar en la fábula triste que les deja esta temporada, a pesar de las estimulantes demostraciones del capitán Derek Jeter, que pasó los 1,269 hits conectados de por vida por Lou Gehrig en el Yankee Stadium; o del reverdecimiento de Mike Mussina desde la lomita; o de los palos del superpagado, pero escasamente oportuno Alex Rodríguez.
La semana que dejamos atrás nos dio tres grandes noticias: la clasificación para los play-off de los Angelinos de Los Angeles (mi equipo favorito para la Serie Mundial), el récord de más juegos salvados en la historia de las Grandes Ligas, establecido por el lanzador venezolano de Francisco Rodríguez con 58 (and counting) y el juegazo de no hit-no run que tiró anoche otro estelar venezolano, Carlos Zambrano (14-5) para derrotar a los aún esperanzados Astros de Houston.
Es el primer juego sin hit ni carreras que disfrutan los Cachorros de Chicago en 36 años y el noveno en la historia de la franquicia. El más reciente lo había logrado Milt Pappas el 2 de septiembre de 1972, cuando faltaban aún nueve años para que Zambrano viera la luz en Puerto Cabello, Venezuela.
Como les prometí también en la crónica anterior, aquí van mis pronósticos para los play-off de la Liga Nacional. En la División Este deben ganar los Mets de Nueva York si no les entra la calambrina que padecieron en los finales de la temprada del 2007. Los Philis de Filadelfia están metidos también ahora en la batalla por el wild card tras soplarle cuatro galletas a los Cerveceros de Milwaukee, que parecen condenados a caer en las postrimerías. Ni la inyección del caballo mayor C.C. Sabathia, ni los oportunos estacazosc de Ryan Braun (con 35 jonrones) les ha resultado suficiente para sacudirse del estigma del ahogado al llegar a la orilla.
Los Cerveceros definirán su suerte a partir del martes en una serie de tres con los Cachorros, que tienen casi en el bolsillo el título de la División Central. En el Oeste, la sabiduría del viejo zorro Joe Torre y la llegada de Manny Ramírez a un equipo de bates caídos, van pesando demasiado sobre Arizona, que se ha quedado sin gasolina en septiembre. Pero la bola sigue viva y en juego.

PS.- Poco después de entregar esta crónica, los Cerveceros decidieron cesantear al mánager Ned Yost y reemplazarlo por el coach asistente Dale Sveum. Fueron demasiado los cuatro patinazos ante Filadelfia para un equipo que parecía estar a las puertas de los play-off y ahora todo se ha complicado. Una movida pensando en que no sea demasiado tarde.


Tristán de la Carpa
Miami

lunes, septiembre 8

SQUEEZE PLAY: Los crueles días de septiembre

Hoy comenzamos esta columna para hablar del béisbol de las Grandes Ligas en el mes más cruel para los 30 equipos contendientes por al menos un puesto en los play-off. Septiembre es el momento de las grandes decisiones: los encontronazos espectaculares, los juegos ganados con el último aliento, los batazos que se reclaman al pelotero estelar en la hora cero y las frustraciones de la mayoría que se quedará sin pasar a las series de octubre.

Si octubre es la cumbre de las Grandes Ligas, septiembre es la porfía final por escalarla. Los conocedores y los propios jugadores tienen una frase muy ilustrativa de lo que significa esta tensa carrera por la cima de llegar a los play-off: “No me digas lo que hiciste desde abril, dime dónde estás en septiembre...” Las fieras rugen en septiembre.

Cuando termina septiembre, son ocho equipos de ambas ligas (cuatro por la Nacional y cuatro por la Americana) los que habrán acaparado la gloria. Estar en la postemporada de las Grandes Ligas es una conquista casi celestial, que los equipos y sus seguidores disfrutan con frenesí de triunfadores (La Serie Mundial es ya una bendición de Dios y los Cachorros de Chicago tienen razones para creerlo desde 1908). Pero en las definiciones de septiembre quedan los sueños de jugadores y fanáticos que acariciaron hasta las últimas jornadas el paso a los juegos de octubre, pero no lo consiguieron.

Tal vez perdieron la oportunidad en el juego crucial por una errada estrategia del mánager o el colapso de un pelotero estrella a la hora buena. O tal vez quedaron al camino cuando las energías fallaron y los lunares de la nómina se hicieron sentir. Triunfar en septiembre no es sólo un asunto de presupuesto (y si no, vayan a preguntárselo a los alicaídos Yankees de Nueva York); es, sobre todo, un asunto de corazón, de agigantarse en el minuto clave y de mostrar gallardía en el béisbol. Que es lo que se está evaporando en este deporte en medio de un desmedido afán de mercantilismo y entradas incomprables para el ciudadano común.

Septiembre deja ver lo que es realmente cada equipo, no lo que creían ser en el papel a la altura de abril, cuando arrancó la temporada con 162 juegos. Septiembre es el verdadero espejo de las Grandes Ligas.

Cuando van quedando apenas 20 juegos para cerrar la temporada regular del 2008, hay ya varios equipos descartados del pasaje para octubre. Pero de los que quedan aún en la contienda con la confianza de poder ganarse un boleto a los play-off, habrá mucho que hablar en estos días de conteo regresivo.

En los próximos días, quizás esta misma semana si no ocurre un descalabro inesperado, los Angelinos de los Angeles se convertirán en el primer equipo clasificado para jugar en octubre. Es cuestión de puro trámite lo que los separa de ganar la División Oeste de la Liga Americana. Apunten a los Angelinos, que es hoy por hoy el equipo más completo y más cohesionado de todos los que juegan en Grandes Ligas.

En la División Central, los Medias Blancas de Chicago deben ganar el banderín, pero los Mellizos de Minnesota tienen demasiadas ganas de ganar y constituyen un escollo respetable. Los Indios de Cleveland tienen posibilidades matemáticas, pero para la tribu lo más atractivo será ver cuántas victorias alcanzará el zurdo Cliff Lee, que ya va por 21 y se vislumbra como el más fuerte candidato al Cy Young. De los Tigres de Detroit es mejor olvidar y pasar por alto que ciertos comentaristas los dieron para disputar la Serie Mundial de este año.

En la División Este figura a la cabeza el equipo con más cobaltos de esta temporada: los Rays de Tampa Bay. La otrora mona que vapuleaban sin compasión los conjuntos de la Americana, se ha burlado de los pronósticos a fuerza de juego de conjunto, coraje y determinación para ganar en situaciones adversas. Nadie podía decir que a estas alturas estuvieran con 85-56, su primera temporada ganadora en la historia de diez años de la franquicia. Tampa patinó este fin de semana y ojalá le quede gasolina suficiente para resistir la embestida del equipo favorito de la división, los Medias Rojas de Boston. De todas maneras, entre uno de los dos debe quedar el wild card (comodín de la Americana).

De los vergonzantes Yankees y de la Liga Nacional me ocuparé en la próxima, mientras disfruto de las vertiginosas crueldades que septiembre nos tiene reservadas hasta el final. La bola está viva y en juego.

Tristán de la Carpa
Miami