sábado, agosto 25

La Luna



Un día antes, mi abuelo nos advirtió a mi hermano y a mi: “Mañana no van a dormir”. La cosa no quedó clara porque ese amanecer yo tenia clases de caballería y estaba deseoso de tenerlas. Mi hermano, que nunca fue temeroso, no estaba muy entusiasmado pero también quería participar. En las clases de caballería.

Pero el asunto era más importante, explicó el abuelo. “Esta madrugada el hombre llega a la Luna y nadie tiene el derecho de perder ese momento. Es una obligación verlo”, dijo. La abuela, con compasión, le hizo ver que estaba siendo un poco duro con lo nietos, pero no sirvió de nada.

La Luna. Mentiría si dijera que a esa edad entendí la importancia del asunto. Pero si el abuelo quería que, por primera vez en la vida, no nos acostáramos temprano, mi hermano y yo teníamos la obligación de atenderlo.

Y es cierto. Sentados delante de un televisor en una sala del club de campo de la Quinta da Marinha, en las afueras de Lisboa, mi abuelo Nuno, la abuela Margarida, mi hermano y yo no dormimos esa noche. De hecho, la abuela nunca lo dejó. Durante el día preparó emparedados y refrescos para que todos estuviéramos despiertos.

El entusiasmo del abuelo iba más allá de compartir con sus nietos un momento histórico. El asunto era personal. Se sentía feliz por haber vivido lo suficiente para verlo y nada le daba más placer que vivirlo con nosotros y, insistía, que mi hermano y yo tuviéramos conciencia de ello.

Neil Armstrong puso su pie izquierdo en la Luna cuando mi hermano estaba mirando hacia una compañerita de verano y yo desechando la lechuga que mi abuela había puesto en el emparedado. Pero el grito del abuelo nos paralizó.

“¡Llegó!”, gritó. “Ya no hay vuelta atrás, estamos allí”.

El “estamos” fue, en serio, lo que más me impresionó. Era un “estamos” que nos abarcaba a todos. Fue la confirmación de que el pequeño paso de Neil Armstrong era la continuación de la evolución de la humanidad. Y nosotros todos fuimos participe de ello. Aunque el televisor era en blanco y negro y la imagen borrosa.

A miles de kilómetros de Lisboa, pero más cercano de nosotros que de la Luna, mi padre no se perdió un detalle del alunizaje en el aeropuerto de Moscú porque el piloto del avión que debía llevarlo a Paris, rehusó despegar hasta que Neil y Aldrin pusieran sus pies en la Luna. “No imaginan como el piloto sufría”, contaba mi padre años después. Su viaje fue clandestino y solo en democracia supimos que vivió ese momento.

Hoy día algunos cuestionan que el hombre estuvo en la Luna. Yo lo creo. Ellos estuvieron allí. Viví esa noche. Mi abuelo jamás me mentiría.

Para Neil Armstrong, 
el tipo que me mantuvo despierto toda la noche por primera vez en mi vida.

2 comentarios:

  1. es una pena que nosotros los cubanos no tuvimos la oportunidad de no solo de no0 verlo, sino que la información estaba totalmente vetada y censurada

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  2. Es cierto, en Cuba oficialmente el hombre nunca llegó a la Luna.

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