martes, enero 29

La sonrisa fingida del Estado chino


El documental 'Ai Weiwei: never sorry' retrata dos años en la vida del artista acosado por su Gobierno.
Por Luis Martínez
MADRID - ¿En qué estaba pensando cinco minutos antes de que apareciera la división acorazada el hombre que el 5 de junio de 1989, con una bolsa de plástico en cada mano, detuvo una fila de tanques en la plaza de Tiananmen? Quizá intentaba no olvidar que tenía que comprar el pan. Eso o, simplemente, imaginaba cómo iba a pasar la noche lejos del furor de la propia noche. Fuera como fuera, en cuanto apareció el ejército no lo dudó. Ai Weiwei: never sorry, el documental de Alison Klayman que se estrena el próximo viernes, a su manera, da algunas pistas. La pregunta, cuidado, es importante. Saber qué hace un héroe antes de inmolarse le humaniza. Por lo menos en ese momento, cinco minutos antes del heroísmo, todos somos iguales. Y eso, cuanto menos, alegra el ánimo.
Y la película (a un lado los evidentes puntos de contacto entre el personaje desconocido que asombró al mundo y el artista más celebrado, prestigioso y perseguido de China) está ahí para demostrar que la mayor y más enconada de las resistencias no requiere héroes sino gente honesta y, aún más importante, con sentido del humor. Hemos llegado. Presentada el año pasado en el festival de Sundance y posteriormente en Berlín, la cinta no hace sino seguir, en el más radical de los sentidos, durante dos años las industrias y andanzas del mayor dolor de cabeza del régimen chino. Todo empezó en 2008. Por aquel entonces, la directora contaba con 24 años y se acercó al artista con la intención de rodar un cortometraje sobre la exposición de 10.000 fotografías que el artista había realizado durante su estancia en Estados Unidos entre 1983 y 1993. 
En ese momento, empezaba a fraguarse la gran ruptura. El hombre que había ideado el sorprendente estadio olímpico para los Juegos del 2008 con forma de nido de pájaro, arremetía contra «la sonrisa fingida» de un régimen que ignoraba «las decenas de miles de vidas arruinadas por la ínfima calidad de las casas destruidas en el terremoto de Sichuan o por la pena de muerte». Así las cosas, lo que empezó siendo un trabajo inocente sobre una exposición acabó transformado en un documental de 20 minutos con el título ¿Quién teme a Weiwei? La pieza acababa con el estudio del artista en Shanghai demolido por las autoridades y una pregunta lanzada a la cámara. «¿Por qué no tiene miedo?», interpelaba Klayman al artista. «Mentira. Miedo es lo único que tengo, pero si no actúo las consecuencias pueden ser aún peores». 
Y de esa contestación surgió la película que ahora se estrena. Contaba la directora en el pasado festival de Berlín que lo que más le sorprendió fue la coherencia de un hombre que ha hecho de su propia existencia su más lograda y única obra de arte. Por así decirlo. «Nunca actúa ni como un agitador ni como un artista ni como un activista ni como un político. Weiwei es simplemente Weiwei. Tan artístico para él es una pieza para una exposición como una entrevista a la tele», dice. Y, en efecto, eso es lo que se ve en la pantalla. Sin voz en off, sin rótulos ni guías, todo importa en una narración donde las escenas familiares discurren en paralelo con cada una sus batallas legales, la preparación de 100.000 semillas de porcelana que acabaría esparcidas por la Tate Modern en Londres, el empeño tuitero del artista o el llanto espontáneo de su madre (que también aparece). 
«Imagino que toda la película», razona Klayman, «fue el resultado de una equivocación por parte de las autoridades. Al ser simplemente una estudiante que no tenía ningún contacto ni con la BBC ni ninguna otra cadena importante, nunca nadie me dijo nada. Veía cómo cualquier entrevista con Weiwei de un cadena internacional acababa por ser un suplicio para el periodista. En mi caso, nunca ocurrió nada. Imagino que ahora las cosas han cambiado». De hecho, toda la película (cuyo título juega a darle la vuelta al nombre de una retrospectiva en Múnich del artista llamada So sorry o Lo siento tanto) se enriquece precisamente de las imperfecciones y dudas de su directora. Toda ella funciona como un gran aula de aprendizaje en el que la cinta se enseña a sí misma a contar una historia; un cuento que empieza como una celebración (la alegría de la resistencia) y acaba como una agria derrota. «En la última escena, él sale de prisión. Vi un hombre completamente roto. Pero no creo que hubiera cambiado como persona. Él sigue siendo el mismo, pese a las dificultades cada vez mayores. Y eso es a la vez triste, pero esperanzador», comenta Klayman en un trabajado esfuerzo por decir una cosa y su contraria. De hecho, esa es una de las virtudes de Ai Weiwei: never sorry, su capacidad para plantear preguntas, su voluntad de duda. 
Recuerda la directora que cuando dio por concluida la película y se encontraba en Nueva York en la mesa de edición, se vio obligada a hacer las maletas y volver a China. El Gobierno había decidido demoler desde sus cimientos el estudio de Weiwei. «Desde ese momento, tengo la sensación de que la película está condenada a estar siempre en marcha», dice. A la espera de lo que vendrá, ya tenemos una idea de lo que se le pasa por la cabeza a un héroe antes de ponerse en pie. Es peor seguir sentado. © El Mundo 2013

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